Fidel Maíz había nacido el año 1833, en el pueblo de Arroyos y Esteros. Su tío el presbítero Marcos Antonio Maíz, director del colegio carolino y después obispo auxiliar del Paraguay, lo tomó bajo su protección y costeó sus estudios teológicos en ese establecimiento. Siendo aún clérigo minorista, fue ordenado sacerdote por el obispo Basilio López, el 24 de abril de 1853, y destinado como párroco a la iglesia de su pueblo natal hasta que, en 1859, lo llamaron para asumir el cargo de primer rector del Seminario Conciliar, recién fundado.
Le correspondió al padre Maíz administrar los últimos auxilios espirituales al presidente Carlos Antonio López y, en el Congreso del 16 de octubre de 1862, convocado un mes después de su fallecimiento por el brigadier Francisco Solano López, se opuso -con Benigno López y otros diputados- a esa candidatura para el mando supremo con las mismas atribuciones extraordinarias de don Carlos. Esta actitud opositora le valió su destitución del rectorado del Seminario Conciliar, por decreto del nuevo gobierno, y su encarcelamiento. Se le formó inmediato proceso ante un tribunal civil, presidido por el general Robles y otro eclesiástico, por el obispo Palacios.
El padre Maíz estuvo en prisión desde el 4 de diciembre de 1862 hasta el 8 de setiembre de 1866. Su liberación se debió a un acontecimiento inesperado. Una bula del papa Pío IX instituyó el arzobispado de Buenos Aires, declarando a la Iglesia paraguaya sufragánea de la nueva autoridad eclesiástica. Naturalmente, la disposición pontificia, en los momentos de la cruenta guerra, irritó profundamente al sentimiento nacional. El mariscal López buscaba un sacerdote capaz de redactar eficientemente la expresión de protesta del clero paraguayo, y el escritor Natalicio Talavera sugirió el nombre del padre Maíz. El presbítero fue sacado de la cárcel para ser conducido al campamento de Paso Pucú, donde dio cabal cumplimiento a la comisión oficial. Para su mejor fortuna, sobrevino en esos días la victoria de Curupayty. La intervención del general Díaz aseguró definitivamente su libertad y el favor del Mariscal, tras la retractación pública del sacerdote en un banquete que celebraba la victoria. “¡Curupayty, lugar de mi segundo nacimiento!”, escribiría después el padre Maíz en Etapas de mi vida.
Incorporado al ejército como capellán, Maíz fue destinado a prestar servicio en el cuerpo de Rifleros del Cuartel General. Pasó luego con el mismo cargo, sucesivamente, a la división de Espinillos y a la de Tanimbú, para ser trasladado nuevamente al Cuartel General, donde permaneció hasta la expiración de la guerra. El mariscal López -cuyo favor se granjeó el padre Maíz con su incondicional sometimiento- le hizo, justamente con el padre Justo Román, fiscal de sangre del temido Tribunal Militar. “Esta etapa de la vida del padre Maíz, vale decir, desde su segundo nacimiento hasta la batalla final de Cerro Corá, le hizo tristemente célebre ante la historia patria por la funesta actuación como fiscal de sangre, cargo que le encomendó López para probar su fidelidad”. Entre los numerosos enjuiciados que hicieron fusilar sus libelos acusatorios, cuentan el obispo Manuel Palacios -con quien se hallaba apasionadamente enemistado-, su vicario general Eugenio Bogado y otros varios sacerdotes.
Tras la acción de Cerro Corá, el presbítero Fidel Maíz fue llevado al Brasil como prisionero de guerra y regresó a la Asunción ocho meses más tarde. Su carta al conde D’Eu implorando su libertad está llena de abyectos improperios e inculpaciones contra el mariscal López para justificación de su desempeño como fiscal.
Después de ocupar brevemente el curato de la Encarnación, llegó a ser administrador interino de la diócesis, en 1874, por fallecimiento del provisor Manuel Vicente Moreno, de quien era secretario; pero resistido siempre en el ejercicio de sus funciones, debido a su impopularidad, hizo renuncia del cargo y marchó a Roma acompañando al plenipotenciario paraguayo ante la Santa Sede, don José del Rosario Miranda, para legalizar su situación eclesiástica. Absuelto por el Sumo Pontífice de todas las censuras, Fidel Maíz regresó a su pueblo natal de Arroyos y Esteros en el año 1899.
Allí vivió retirado los últimos veinte años de su vida contradictoria, enseñando a los niños en una escuelita rural y entregado a la agricultura. Falleció en Arroyos y Esteros, en 1920, a los ochenta y siete años de edad.
Entre sus publicaciones merecen citarse Etapas de mi vida, autodefensa contra las acusaciones de que fue objeto, La cuestión religiosa en el Paraguay, Pequeña geografía, para uso de los niños de Arroyos y Esteros y La familia de los López.
Fuente: Fuente: CIEN VIDAS PARAGUAYAS Por CARLOS ZUBIZARRETA. Prólogo a esta edición CARLOS VILLAGRA MARSAL. Prólogo a la 2ª edición de 1985 ALFREDO M. SEIFERHELD. Comisión Nacional de Conmemoración del Bicentenario de la Independencia del Paraguay. Biblioteca Bicentenario Nº 6. EDITORIAL SERVILIBRO. Asunción – Paraguay. 2011 (240 páginas).